13.1.05

Misericordia o Jihi

EDITORIAL ARGENTINA SEIKYO
Julio de 2003

La práctica diaria

Jihi es todo lo que necesitas
Es uno de los conceptos centrales en la filosofía budista. Jihi (misericordia) es un estadio superior al amor pues, más que un sentimiento, es una acción decidida. Las claves para llevarlo a la práctica.

“El amor, el amor…”. Es una palabra muy usada por escritores, poetas, religiosos, psicólogos, hombres y mujeres de todas las épocas. En los 60, “Los Beatles” decían: “Todo lo que necesitas es amor”; cien años antes, Nietzsche declaraba: “Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal”; y un siglo antes, Schopenhauer reflexionaba: “El que no ama, ya está muerto”. Podemos seguir retrocediendo en el tiempo y nos daremos cuenta de que el amor ha sido considerado el sentimiento más puro en todos los períodos de la Historia y, en muchos casos, “la única fuerza capaz de mover el mundo en una dirección positiva”. Sin embargo, o fueron pocos los que lograron sentir ese amor puro, y los restantes llevaron al mundo adonde hoy está o el amor no es realmente tan fuerte como lo afirmaba aquella canción de la película Tango feroz (¿se acuerdan?).

Cómo vivir con sabiduría, convicción y coraje Comúnmente, se cree que el amor es la más fuerte y positiva de las emociones humanas. Más aun, muchos lo consideran como el fin último de la vida, la fuerza a través de la cual podemos convertir nuestra felicidad y la de otros en fuente de alegría. Sin embargo, también es evidente que, en la sociedad moderna, el amor se ha convertido en algo cada vez más abstracto. Para algunos, el amor es un deseo de dar y de ayudar, mientras que para otros, implica el deseo de tomar y de explotar.

Cuando el amor que se da no es retribuido, podemos experimentar una amargura y celos perturbadores. De tal manera, emociones que originalmente estaban fundadas en el amor se convierten en odio. Y, si partimos de la hipótesis de que el amor no alcanza para los fines arriba mencionados, ¿habrá algún otro sentimiento superior que lo logre? Empecemos por decir que todo sentimiento implica, de por sí, cierta inestabilidad. Las emociones humanas son por naturaleza inestables y, por lo tanto, débiles. Un buen ejemplo de la inconstancia de los sentimientos es el “amor romántico”, que con frecuencia se puede transformar en odio o celos. El “amor a la patria” puede volverse odio hacia otras naciones. Hasta el “amor de una madre por sus hijos” es capaz, en ocasiones, de ser egoísta. En definitiva, de ello se desprende que algo que supere el amor, debe ser algo que supere lo emocional, algo objetivo.

Y aquí el concepto budista de “jihi” hace su aparición. “Jihi” significa ‘solidaridad’ o ‘empatía’ benevolentes; significa también la acción del Buda de salvar a las personas del sufrimiento y de conducirlas a la felicidad. Literalmente, “ji” significa ‘confortar’, mientras que “hi” es ‘erradicar la miseria o el sufrimiento’. Según el Budismo, la esencia de jihi es conducir a los demás al establecimiento de una condición iluminada dentro de su vida, de manera que puedan desarrollar su poder inherente para vivir una existencia plena. La solución fundamental del sufrimiento proviene del conocimiento de cómo vivir con sabiduría, convicción y coraje. Los sentimientos de empatía o amor solo pueden llegar a “solucionar” el sufrimiento de la vida de otra persona, cuando son respaldados por una fuerte decisión de cambiar la causa de ese sufrimiento: el karma individual.

Conducir a otros por el camino de la felicidad Para vencer al sufrimiento, se necesita ser fuerte, por lo que el acto de jihi es frecuentemente severo y, a veces, hasta angustioso. La vigorosa acción del shakubuku (transmitir el Budismo a otras personas) hace emerger la vitalidad necesaria para vencer cualquier dificultad personal. Alentamos a otros para que comiencen a practicar el Budismo por su propio beneficio, pero, en realidad, el hecho de asumir la responsabilidad por la vida del otro constituye el supremo beneficio de nuestra propia revolución humana interior. El segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda, solía decir que el coraje era un sustituto de la misericordia. Como es sumamente difícil sentir el deseo de ejercer el jihi, el coraje de introducir a otros en la práctica del Budismo (en el sentido de darles la oportunidad de transformar profundamente el sufrimiento de su vida) es el camino fundamental hacia el logro de su felicidad y de la nuestra.

Misericordia no es sentir pena, sino emprender una acción decidida Según la definición del diccionario, “misericordia” significa ‘virtud que nos hace sentir pena por los males ajenos’. Pero el fallecido director general de la SGI del Reino Unido, Richard Causton, explica en su libro El Buda en la vida cotidiana, que el concepto de “jihi” está bastante alejado de esa definición; que jihi conlleva, implícitamente, el énfasis en la acción. Jihi no equivale a piedad, lástima o amor al prójimo. No está mal que experimentemos tales emociones; pero, como señala Causton, “no son un requisito para ejercer nuestro jihi como budistas”. Más allá de “nuestros sentimientos personales”, lo que cuenta cuando ejercemos nuestro jihi es “remover el sufrimiento” y “brindar felicidad” a la otra persona. La misericordia que revela el Budismo es completamente imparcial, “se ejerce con absolutamente cualquier persona, incluso aquellas que no nos gustan o que nos han hecho algún daño”. Evidentemente, eso es más fácil de decir que de llevar a la práctica.

Muchas veces, nos hemos encontrado en la situación de tener que decirle a alguien algo que no quiere escuchar (y para ello, es necesario tener coraje). Hay que encontrar las palabras precisas, el tono de voz (necesitamos tener sabiduría), porque, de lo contrario, solo lograremos lastimarlo. Debemos también poseer la energía de continuar nuestra acción y de estar completamente seguros de que estamos motivados por el jihi y no por la ira, el resentimiento o nuestro propio ego (porque, en definitiva, no importa cómo lo disfracemos, ese corazón se manifestará). En otras palabras, necesitamos echar mano de cada precioso elemento de nuestro verdadero yo, que está contenido en nuestro estado de Buda.

Un compromiso con nosotros mismos Nichiren Daishonin enseñó que Nam-myoho-renge-kyo es la clave fundamental para el logro de una felicidad indestructible. A través de la práctica del Budismo que él enseñó, desarrollamos la capacidad de tomar cualquier cosa que nos suceda en la vida, sea buena o mala, como la base de nuestra propia felicidad. Esa es la razón por la cual el más elevado acto de misericordia budista es dar a las personas las herramientas para que puedan hacer lo mismo: es decir, hacerles conocer las enseñanzas de Nichiren Daishonin de manera que puedan manifestar su propia Budeidad y felicidad absoluta. Al recitar el gongyo de la mañana y de la noche, decimos una frase que aparece hacia el final de la liturgia: “Mai yi sa ze nen. I ga rio shu yo. Toku ñu mu yó do. Soku yo yu but shin”, que significa ‘En todo momento, estoy pensando cómo puedo hacer para que los seres vivientes ingresen en el camino supremo y adquieran rápidamente el cuerpo de un Buda’. Estas palabras expresan el profundo deseo que habita en el mismísimo corazón de todos los budas. Cada vez que las repetimos, las grabamos en nuestro propio corazón y mente. Ese es también nuestro compromiso: manifestar misericordia; un compromiso que contraemos tanto con nosotros como con los demás. Y nuestro desafío es manifestarlo de la manera más auténtica y personal.

Abarcar no solo nuestra vida, sino el universo entero La relación que existe entre nuestra felicidad y la felicidad de los demás es un tema central de las enseñanzas de Nichiren Daishonin. De hecho, manifestar el máximo potencial de nuestra práctica en nuestra vida cotidiana es vital para lograr un balance entre las dos. El Daishonin declara: “Al invocar daimoku, nuestra voz penetra el universo entero; no existe mundo en las diez direcciones al que no pueda llegar”.1 Y el presidente Ikeda señala al respecto: “El daimoku que invocamos es el sonido de la esperanza y la fortaleza que resuena a través de todo el cosmos. Es también una expresión de sabiduría, porque eleva el corazón de las personas y lo llena de alegría”. Sin embargo, para que nuestro daimoku contenga un poder tal que pueda penetrar el universo entero, debemos desarrollar un fuerte sentido de jihi. La verdadera misericordia amplía nuestra perspectiva de la vida, hace emerger la sabiduría y el coraje, y nos posibilita manifestar nuestra Budeidad.

Desde la perspectiva del Budismo, el universo es una entidad viviente, cuyos componentes tienen una relación de interdependencia. Por lo tanto, para nosotros es imposible experimentar alegría separados de nuestro ambiente; es decir, no podemos ser verdaderamente felices mientras otras personas sufren. Cuanto más nos esforzamos por que otros sean felices, basados en el espíritu de jihi, más felices somos. El jihi de quienes han asumido el profundo compromiso de llevar a cabo su propia misión, y de aquellos cuya fe proviene del sincero daimoku, se ve siempre renovado. Ese es uno de los significados de la palabra “myo”: revitalizar. Invocar daimoku nos permite fortalecer nuestra fuerza vital y sabiduría, y renovar nuestro compromiso por nuestra felicidad y la de otros.

Josei Toda señalaba: “Solo a través de creer sinceramente en el gran espíritu de jihi y en el gran poder de la sabiduría del Buda verdadero, nosotros —personas comunes seguidoras del Buda original— podemos alcanzar la iluminación y convertirnos en budas bajo nuestra forma actual. Definitivamente, no existen otros budas que estos”. Cada uno debe asumir la responsabilidad de su propio karma que, por cierto, no puede ser transformado mediante el poder, el status o la riqueza. Nuestras vidas se hallan inextricablemente interconectadas, y, debido a ello, nuestra revolución humana tendrá un profundo efecto en quienes nos rodean.
Ahora que lo sabemos, la próxima vez que escuchemos aquella canción de Los Beatles, cantemos: “Todo lo que necesitas es jihi, todo lo que necesitas es jihi, yeah, yeah, yeah”.

Unidad de Cuerpo y Mente (Shikishin Funi)

(Traducido de Buddhism in Daily Life,SGI Quarterly, No. 16, Abril de 1999)

Los materialistas argumentan que la única "realidad" consiste sólo en el mundo físico o material que puede ser tocado y medido, mientras que algunas tradiciones espirituales ven a lo físico como mera ilusión, o algo intrínsecamente impuro que existe para ser trascendido y lo espiritual es visto como la verdad última.

El Budismo considera la vida como la unidad de lo físico y lo espiritual. Considera todas las cosas, materiales o espirituales, visibles o invisibles, como manifestaciones de la misma ley universal última, o fuente de la vida, la cual se define en la tradición Nichiren como Myojo-rengue-kyo. Los aspectos físicos y espirituales de nuestras vidas son completamente inseparables y revisten la misma importancia. Esto es expresado en el concepto japonés de shikishin funi. Shiki alude a todos los fenómenos espirituales o invisibles, incluyendo a la razón, la emoción y la volición. Funi, significa literalmente "dos, pero no dos."


Nichiren lo expresó así en una carta a uno de sus seguidores:
Una persona puede conocer la mente de otro al escuchar su voz. Esto es porque el aspecto físico, revela el aspecto espiritual. Lo físico y lo espiritual, que son uno en esencia, se manifiestan como dos aspectos distintos.

El estado emocional interior de una persona se revelará en su apariencia física. Los sentimientos de alguien en un estado de ánimo feliz y optimista, pueden leerse en su rostro; puede, incluso, haber un pequeño brinco entre sus pasos. En contraste, el modo de andar y el semblante demacrado de una persona agobiada por el sufrimiento, puede comunicar su tormento interior, hasta de lejos.

Nuestro estado mental interior también afecta el funcionamiento físico de nuestros cuerpos. La risa y las lágrimas son la manifestación más drástica de esto, son las señales físicas de nuestros sentimientos interiores. La tensión física o mental, ha sido relacionada con una gama de enfermedades, desde padecimientos en la piel, alergias, hasta asma, úlceras y cáncer. La depresión y la desesperación, disminuyen la resistencia del cuerpo, haciéndonos vulnerables a una variedad de enfermedades. Por otra parte, una determinación positiva para sobreponernos a la enfermedad puede "inducir" a nuestros órganos, y aun a las células individuales hacia la salud.

Como lo ha dicho Daisaku Ikeda: "Cuando nuestra determinación cambia, todo comienza a moverse en la dirección que deseamos. En el momento en que resolvemos salir victoriosos, cada nervio y fibra de nuestro ser, se orientará de inmediato hacia nuestro triunfo. Por otra parte, si pensamos: 'Esto nunca va a funcionar,' entonces, en ese instante, cada célula de nuestro ser se abatirá y renunciará a luchar."

La verdadera salud y la felicidad genuina deben abarcar tanto el aspecto físico como el espiritual. Muchas de las experiencias de los miembros de SGI refieren haber mejorado la salud y las condiciones materiales o físicas. A través de la práctica de invocar Nam-myojo-rengue-kyo, ellos han podido constatar también, la inseparabilidad de los aspectos físico y espiritual en sus vidas. Con el tiempo, esto llega a manifestarse en un sentimiento de bienestar físico y en una creciente lucidez y pureza en los procesos mentales y perceptivos. Los que son referidos como "beneficios conspicuos" de la práctica budista, se relacionan ante todo con los aspectos físico y material. De mayor importancia a largo plazo, son los "beneficios inconspicuos" derivados de la práctica budista continua, los cuales se manifiestan en el incremento de la auto conciencia, la sabiduría, y la compasión hacia los demás. El beneficio inconspicuo último es, desde luego, la iluminación.

El Budismo considera al ser viviente como la reunión armoniosa de lo que llama los "cinco componentes". Estos son: los aspectos físicos de la vida y los sentidos; la percepción, que integra las impresiones recibidas a través de los sentidos; la concepción, por medio de la cual integramos las ideas acerca de lo que percibimos; la volición, la voluntad que actúa sobre la concepción; y la conciencia, la función del discernimiento que sustenta el funcionamiento de los otros componentes. La vida es la fuerza o energía que mantiene estos cinco componentes funcionando juntos como un todo armonioso e integrado.

La ciencia médica moderna apenas está comenzando a explorar la sutil interconexión entre el cuerpo y la mente, entre los aspectos físico y espiritual de la vida. A fin de cuentas, el Budismo considera los aspectos físico y espiritual como manifestaciones vitales de la fuerza de la vida que es inherente al mismo cosmos.

Como Nichiren escribió:
La vida a cada momento abarca de igual modo al cuerpo y al espíritu, al yo y al medio ambiente de todos los seres sensibles en todas las condiciones de la vida, así como a los seres no-sensibles: las plantas, el cielo y la tierra, hasta la más diminuta partícula de polvo. La vida a cada momento impregna al universo y se revela en todos los fenómenos.

El Origen dependiente

(Traducido de Buddhism in Daily Life, SGI Quarterly No. 17, Julio de 1999)

El Budismo enseña que todas las formas de vida están interrelacionadas. Por medio del concepto del "origen dependiente", se explica que no existe nada aislado, independiente de otra vida. El término japonés para el origen dependiente es engi, literalmente "originarse en relación". En otras palabras, todos los seres y fenómenos existen o tienen lugar sólo debido a su conexión con otros seres o fenómenos. Todo en el mundo llega a existir como respuesta a una causa y prerrequisito. Nada puede existir en absoluta independencia de otras cosas o surgir por su propia cuenta.

Shakyamuni utilizaba la imagen de dos manojos de carrizos apoyados unos contra otros, para explicar el origen dependiente. Él describía cómo los dos manojos podían permanecer en pie en tanto se apoyaran el uno contra el otro. De tal forma que, debido a la existencia del uno, puede existir el otro. Si uno de los dos manojos es removido, el otro caerá.

Concretamente, el Budismo enseña que nuestras vidas están en constante desarrollo en una forma dinámica, en una interacción cooperativa de causas dentro de nuestra vida (nuestra personalidad, experiencias, perspectivas sobre la vida y así sucesivamente) y las condiciones externas y las relaciones alrededor de nosotros. Cada existencia individual contribuye a crear el medio ambiente que sustenta a todas las otras existencias. Todas las cosas que se apoyan recíprocamente y que están en interdependencia, constituyen un cosmos viviente, una singularidad integral viva.

Cuando nos damos cuenta de la extensa cantidad de interconexiones que nos vinculan con todas las otras vidas, nos percatamos de que nuestra existencia sólo cobra significado a través de nuestra interacción y relación con los demás. Al involucrarnos con los demás, nuestra identidad madura, evoluciona y se enriquece. Es entonces cuando comprendemos que es imposible construir nuestra propia felicidad sobre la infelicidad de otros. También, podemos ver que nuestras acciones edificantes, repercuten en el mundo a nuestro alrededor; justamente como escribió Nichiren: "Si enciendes una lámpara para otro, iluminarás tu propio camino."

Existe una interconexión íntima y recíproca en la red de la naturaleza, en las relaciones entre la humanidad y su medio ambiente y también, entre el individuo y la sociedad, entre padres e hijos y entre marido y mujer.

Si, como individuos, somos capaces de adoptar el criterio de "debido a eso, existe esto", o, en otras palabras, "debido a esa persona, yo puedo desarrollarme", entonces no tenemos necesidad de experimentar jamás conflictos sin sentido en las relaciones humanas. En el caso de una joven casada, por ejemplo, su actual existencia está vinculada a su esposo y a su suegra, no obstante la clase de personas que puedan ser. Alguien que llega a entender esto, puede dar un vuelco a todas las cosas, buenas o malas, impulsando su crecimiento personal.

El Budismo enseña que nosotros "escogemos" la familia y las circunstancias en las que nacemos, con objeto de aprender, crecer, y ser capaces de cumplir con nuestro irreemplazable papel y nuestra respectiva misión en la vida.

En un plano más profundo, estamos conectados y relacionados no sólo con aquellos físicamente cercanos a nosotros, sino a todos los seres vivientes. Si podemos llegar a entender esto, los sentimientos de soledad y aislamiento que tanto sufrimiento causan, comienzan a desvanecerse al tiempo que nos damos cuenta de que somos parte de un todo dinámico interconectado recíprocamente.

Daisaku Ikeda ha escrito que una comprensión de la interconexión de la vida en su conjunto, puede dirigirnos hacia un mundo más pacífico: "Todos somos seres humanos quienes, a través de un místico lazo, hemos nacido para compartir el mismo intervalo limitado de vida en este planeta; Un pequeño oasis verde en el vasto universo. ¿Por qué reñir y sacrificarnos unos a otros? Si todos pudiéramos conservar en la mente la imagen de los vastos cielos, creo que se marcharía hacia la solución de los conflictos y disputas. Si nuestros ojos se fijan en la eternidad, caemos en la cuenta de que los conflictos de nuestros pequeños egos son, en realidad, tristes e insignificantes".