(Traducido de Buddhism in Daily Life, SGI Quarterly No. 17, Julio de 1999)
El Budismo enseña que todas las formas de vida están interrelacionadas. Por medio del concepto del "origen dependiente", se explica que no existe nada aislado, independiente de otra vida. El término japonés para el origen dependiente es engi, literalmente "originarse en relación". En otras palabras, todos los seres y fenómenos existen o tienen lugar sólo debido a su conexión con otros seres o fenómenos. Todo en el mundo llega a existir como respuesta a una causa y prerrequisito. Nada puede existir en absoluta independencia de otras cosas o surgir por su propia cuenta.
Shakyamuni utilizaba la imagen de dos manojos de carrizos apoyados unos contra otros, para explicar el origen dependiente. Él describía cómo los dos manojos podían permanecer en pie en tanto se apoyaran el uno contra el otro. De tal forma que, debido a la existencia del uno, puede existir el otro. Si uno de los dos manojos es removido, el otro caerá.
Concretamente, el Budismo enseña que nuestras vidas están en constante desarrollo en una forma dinámica, en una interacción cooperativa de causas dentro de nuestra vida (nuestra personalidad, experiencias, perspectivas sobre la vida y así sucesivamente) y las condiciones externas y las relaciones alrededor de nosotros. Cada existencia individual contribuye a crear el medio ambiente que sustenta a todas las otras existencias. Todas las cosas que se apoyan recíprocamente y que están en interdependencia, constituyen un cosmos viviente, una singularidad integral viva.
Cuando nos damos cuenta de la extensa cantidad de interconexiones que nos vinculan con todas las otras vidas, nos percatamos de que nuestra existencia sólo cobra significado a través de nuestra interacción y relación con los demás. Al involucrarnos con los demás, nuestra identidad madura, evoluciona y se enriquece. Es entonces cuando comprendemos que es imposible construir nuestra propia felicidad sobre la infelicidad de otros. También, podemos ver que nuestras acciones edificantes, repercuten en el mundo a nuestro alrededor; justamente como escribió Nichiren: "Si enciendes una lámpara para otro, iluminarás tu propio camino."
Existe una interconexión íntima y recíproca en la red de la naturaleza, en las relaciones entre la humanidad y su medio ambiente y también, entre el individuo y la sociedad, entre padres e hijos y entre marido y mujer.
Si, como individuos, somos capaces de adoptar el criterio de "debido a eso, existe esto", o, en otras palabras, "debido a esa persona, yo puedo desarrollarme", entonces no tenemos necesidad de experimentar jamás conflictos sin sentido en las relaciones humanas. En el caso de una joven casada, por ejemplo, su actual existencia está vinculada a su esposo y a su suegra, no obstante la clase de personas que puedan ser. Alguien que llega a entender esto, puede dar un vuelco a todas las cosas, buenas o malas, impulsando su crecimiento personal.
El Budismo enseña que nosotros "escogemos" la familia y las circunstancias en las que nacemos, con objeto de aprender, crecer, y ser capaces de cumplir con nuestro irreemplazable papel y nuestra respectiva misión en la vida.
En un plano más profundo, estamos conectados y relacionados no sólo con aquellos físicamente cercanos a nosotros, sino a todos los seres vivientes. Si podemos llegar a entender esto, los sentimientos de soledad y aislamiento que tanto sufrimiento causan, comienzan a desvanecerse al tiempo que nos damos cuenta de que somos parte de un todo dinámico interconectado recíprocamente.
Daisaku Ikeda ha escrito que una comprensión de la interconexión de la vida en su conjunto, puede dirigirnos hacia un mundo más pacífico: "Todos somos seres humanos quienes, a través de un místico lazo, hemos nacido para compartir el mismo intervalo limitado de vida en este planeta; Un pequeño oasis verde en el vasto universo. ¿Por qué reñir y sacrificarnos unos a otros? Si todos pudiéramos conservar en la mente la imagen de los vastos cielos, creo que se marcharía hacia la solución de los conflictos y disputas. Si nuestros ojos se fijan en la eternidad, caemos en la cuenta de que los conflictos de nuestros pequeños egos son, en realidad, tristes e insignificantes".
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